Hace casi dos décadas que la liposucción fue introducida en la práctica de la medicina estética, tras un inicial escepticismo y perplejidad, esta técnica permite al cirujano eliminar la lipodistrofia y la adiposidad localizada, con lo que goza de la aprobación mundial y ahora es la técnica mejor y más ampliamente desarrollada cirugía.
En los últimos años, autores como Illoux, Fisher, Fournier, Klein, etc., han implementado y perfeccionado sus técnicas; muchos cirujanos del mundo se han esforzado en mejorar sus técnicas y sus equipos para obtener mejores resultados.
Podemos observar la evolución gradual de la técnica y de los equipos. Pero desde 1976 cuando Fisher decidió usar un tubo conectado a un aparato succionador para remover tejido adiposo del cuerpo, sin necesidad de incisiones, los avances efectuados posteriormente sólo han modificado levemente el principio original de su revolucionaria técnica.
No solamente la cavitación en bombas es apta para remodelar la figura, también puede emplearse para solucionar la obesidad, basandose en el uso de un nuevo aparato, que ha sido concebido y diseñado sólo para destruir el exceso de tejido graso de depósito; o mejor dicho de la fracción de fluido, preferentemente, que representa el 90% del volumen total, y respetando la integridad de todas las demás estructuras vasculares, del tipo que sean linfáticas, arteriales, venosas, nerviosas, etc., con una acción sobre las células grasas selectiva. Mientras que en la liposucción tradicional, todos estos elementos eran asaltados de forma indiscriminada e incontrolable, con lo que supone la producción de una serie de efectos colaterales muy difíciles de evitar.
En 1972, Alfred l. Loomis reconoció el efecto físico químico de fuertes ondas de sonido moviendo un fluido; aunque a pesar de sus resultados la fonoquímica fue abandonada. Más tarde los progresos de la electrónica permiten desarrollar equipos ultrasónicos de intensidades mayores a los 16Khz.
El ultrasonido se produce transformando la energía eléctrica normal en alta frecuencia. La energía es transmitida a cristales piezoeléctricos o transductores de cerámica o cristal de cuarzo y se transforma en vibraciones mecánicas, que cuando son adecuadamente comunicadas y amplificadas inducen a fenómenos complejos físico-químicos, que se aprovecharán en la técnica que nos ocupa.
Las ondas ultrasónicas se constituyen en dos ciclos, uno de expansión y el otro de compresión, es así en todas las ondas de sonido.
Los ciclos de compresión presionan de forma positiva en los fluidos acercando las moléculas, mientras los ciclos de expansión presionan negativamente y las distancian.
En tejido biológico, existen fuerzas de atracción que llevan a la cohesión molecular, por lo que para formar una cavidad, debe existir una presión negativa adecuada combinada con una onda de sonido que se encuentre en su ciclo de expansión, que es lo que desencadenará la cohesión molecular.
La extensión de la presión negativa necesaria está en función del tipo y densidad del fluido o del tejido al que se aplique la energía ultrasónica. Pero en los tejidos muy densos como lo son los músculos y los huesos, la cohesión se presenta tan fuerte que los generadores ultrasónicos no producen la presión negativa suficiente para producir una cavidad. Mientras que se produce el efecto contrario en los tejidos blandos.
En los tejidos de baja densidad, como es el tejido adiposo, donde es más débil la cohesión molecular, es necesaria una menor presión negativa para lograr la cavitación.
Esta técnica trae como consecuencia la fragmentación intensa celular que va a determinar la difusión lipídica del adiposito en espacio intercelular, lo que forma con la solución utilizada para la anestesia realmente una verdadera emulsión. También mediante este fenómeno de lisis, se generan radicales libres que producen una acción lipolítica residual.