Ciencias humanas, Historia y Patrimonio documental, Archivística,Gestión documental y Ciencias y Técnicas Historiográficas y Documentales, Prevención de Riesgos Laborales.
Texto: Ignacio Vasallo en Boletín APETEX
Hay como unos doscientos lugares que son calificados por autoridades, y vecinos que esperan y desean invasiones turísticas, como la octava maravilla de la humanidad. El Monte Nemrut, con el túmulo funerario de Antíoco I, Comagene, y las estatuas gigantes de piedra, es uno de ellos, ni más ni menos.
Su lejanía de los grandes destinos y su proximidad a lugares que muchos consideran inseguros, el Kurdistán turco, no son los requisitos más adecuados para obtener notoriedad y recibir al esperado turista.
Mi viaje se inició en Estambul desde donde volé a Malatya, ciudad de unos cien mil habitantes, la mitad kurdos, situada en el denominado altiplano armenio, en la Anatolia Oriental y a unos noventa kilómetros de nuestro destino el Monte Nemrut o Nemrud Dagi en turco.
Malatya es la capital mundial de orejón, o al menos eso creen sus habitantes y los responsables del turismo regional. Lo cierto es que la meseta en la que está enclavada, rodeada de montañas, está cubierta por amplias extensiones de árboles frutales, la mayoría albaricoques dedicados a la producción de orejones. Aunque se exportan a múltiples lugares, la mayor parte de la producción está destinada a Rusia y al resto de Turquía.
La ciudad fue fundada en los años cincuenta del siglo XIX, al trasladarse allí los habitantes de la Antigua Malatya afectada por uno de los frecuentes terremotos en la zona.
La mayoría de las mujeres, como en toda Anatolia, van veladas, tendencia que se inició hace unos cinco o seis años con el gobierno del primer ministro Erdogan.
La venta de bebidas alcohólicas no está prohibida pero su compra es casi imposible, tan solo una pequeña tienda, a la que nos dirigió la agencia de viajes, ofrecía semiclandestinamente, cervezas whisky y ginebra, pero no vino, que tampoco se servía en ningún restaurante de la ciudad.
La excursión a Nemrud, entre dos y tres horas, está programada para llegar al motel cercano al Monte, por la tarde, lo que da tiempo a una visita no demasiado extensa del parque, para terminar viendo el anochecer.
El túmulo de 50 metros de alto, y 150 de circunferencia, está en la cima de una montaña de 2.150 metros de altura. El frío del atardecer de finales de mayo se va haciendo más extenso a medida que el sol se aleja hacia la cadena montañosa de los Taurus.
Las enormes estatuas sedentes de piedra han sido decapitadas y las gigantescas cabezas de dioses griegos y persas, águilas y leones, yacen misteriosamente en el suelo de las terrazas que rodean el túmulo. Las inscripciones están escritas en griego, los ropajes y los peinados son persas, pero las facciones de las caras griegas.
Antíoco Primero (65-35 A.C.) se proclamaba descendiente de Darío y de Alejandro, aunque probablemente lo fuera del General Oronte de Comagene, al servicio del rey persa Artajerjes y de la hija del último seleucida Antíoco VIII, heredero de esa parte del imperio alejandrino por donde habían pasado asirios e hititas para formar parte desde el siglo VI antes de Cristo del imperio persa. A la muerte de Alejandro, el general Seleuco gobernó haciendo del sincretismo cultural y religioso greco-persa una forma de vida.
Con su túmulo funerario Antíoco inaugura un culto al dios rey para él y sus sucesores en el Reino de Comegene, que duró sólo hasta la anexión a Roma por Vespasiano (70-79 D. C.).
En la zona se organizaron algunas de las primeras comunidades de cristianos y fueron estos los que dieron el nombre actual al monte que es una derivación de Nemrod, el tirano arquitecto de la torre de Babel.
Repentinamente, con el frío cada vez más intenso y la luz en decadencia, van surgiendo de la nada cientos de personas, muchos de ellos niños, en su mayoría turcos, para adorar al sol poniente con grandes gritos de Alá es grande y estropeando el magnífico espectáculo de las cercanas estatuas y de los Taurus en la lejanía recortándose contra el infinito.
De regreso al modesto hotel, solo daban una sábana por cama, y a una cena con los víveres traídos de Malatya, entre los que no figuraba ni una humilde cerveza, para un sueño tempranero pues había que levantarse a las cuatro y cuarto para la adoración del sol naciente.
El frío era todavía más intenso que la víspera pero nos animaba la esperanza de que los padres turcos no fueran sádicos y dejaran a sus hijos dormir tranquilamente. En principio así fue, pero nuevas oleadas de visitantes fueron apareciendo para sentarse mirando al este y dando la espalda al arte para ver iluminarse las planicies del Éufrates medio con numerosos lagos alargados.La aparición del astro rey fue acogida con idénticos gritos que la víspera que, de nuevo, estropearon el placer de la belleza.
La primera referencia escrita del Monte Nemrud es del capitán alemán Von Molkte, luego famoso general en 1835, estacionado en la zona en apoyo de los turcos en su guerra con Egipto. Las excavaciones de Karl Sester en los años ochenta del mismo siglo, coinciden con el descubrimiento del altar de Zeus en Pérgamo o con las de Schlimann en Troya. Pero fue la neoyorquina Theresa Goell, la que a partir de 1954 dedico su vida a la excavación de Nemrud. A ella le debemos su estado actual.